2. INFORME DE ARC-TARA.
YO SOY EL UNO MULTIPLE, la llamada Arc-Tara, la que conoce el supremo sendero hacia las estrellas, la enlazadora de mundos, la conocedora de la muerte. Soy el central entre los apéndices, Ana-Tara. Esta es mi historia.
Entre aquéllos de Antares se me considera aparte, pues tempranamente produje un agravio que le causó a mi familia estelar una gran consternación, y una contingencia aún mayor. Fue esta contingencia lo que los condujo a la Sonda y, finalmente, al pleno contacto con los Arcturianos.
Mi historia comienza en los campos estelares de Orión donde, entre los constructores estelares de Rigel y Betelgeuse, aprendimos las artes de la construcción y el diseño de planetas. En el sensorio celestial donde los constructores estelares estaban iniciándonos en el arte y la técnica del grabado resonante, recibí una llamado: una luz penetró en mí, pero desde adentro. La luz ardía, y supe que debía abandonar el sensorio. Fue lo único que supe.
Originalmente, había sido seleccionada para la misión de Orión debido a mis dones como cantante del cristal. Cantar tonos multirresonantes era considerado un gran don, especialmente por su aplicación en el diseño planetario y para cabalgar la zuvuya. Para mí, este don era algo natural y no uno de mis más profundos intereses. Mi deseo profundo y permanente era establecer contacto con otros elementos del ser galáctico. Quizás, pensé, ése era el significado de la luz que había venido a mí en el sensorio.
Cuando escapé del sensorio hacia el gran, omnirradiante núcleo del CSR de Orión, la luz en mí creció en intensidad. Me convocaba y extasiaba, hasta que terminé totalmente sumida en esa luz. ¿Estaba moviéndome, o era la luz que se arremolinaba en mí y dentro de mí - o ambas cosas? Pronto fui catapultada simultáneamente en cada dirección. Perdí todo sentido del control.
Pronto los remolinos de luz menguaron. Dentro de mi ser, todos los cinco nodos sensoriales experimentaron repentinamente un profundo relajamiento. ¿Había alguien o algo más manipulándo-me? ¿Era éste el resultado de no haber controlado mi propio deseo por alguno “otro” tipo de contacto?
Fuere lo que fuere, pronto sentí que una inteligencia muy penetrante y brillante me exploraba. Cada terminación nerviosa de mis nodos sensoriales fue penetrada, explorada, rastreada y grabada, excitada, y luego liberada. ¿Quién o qué era esto?
“Soy Lucifer,” vino la respuesta.
Un profundo estremecimiento me recorrió. El escalofrío contrastaba con la tibieza y la excitación apasionadas que habían abrasado cada célula de mi “esporidad”. Mis sentidos escudri-ñaron, pero allí sólo había una luz suavemente pulsante.
“¿Acaso no eres, Lucifer, el portador de la luz?” Mi pregunta se respondía a sí misma.
“¿Sabes qué has experimentado?” continuó Lucifer.
“Profundo placer, placer indescriptible, algún tipo de conocimiento,” respondí hesitante.
“Quizás. Pero eso es sólo la sensación. Lo que has experimentado es la muerte.” El luminosamente invisible Lucifer puso énfasis en la palabra muerte.
“Pero si eso fue la muerte, ¿por qué estoy aún aquí? pregunté, sintiendo todavía el estremecimiento que sigue a placeres secretos.
Tras una pausa, Lucifer habló nuevamente. “¿Sabes dónde estás? ¿Hay un reino de la muerte?” No tenía respuesta. No sabía dónde estaba, excepto que en la luz.
“Mi queridísima, mi elegida. Me has añorado porque se necesita saber. Lucifer, el que trae y porta la luz, es el guardián del reino de la muerte. Pero si la muerte es el placer para todos tus nodos sensoriales tal como acabas de experimentarlo, entonces no es acaso el reino más deseable, esta experiencia llamada muerte?”
Nosotros los de Antatres habíamos lidiado hacia mucho tiempo con ciclos de marchita-miento, así que para nosotros la muerte es virtualmente inexistente - al menos la muerte como conclusión o fin de algo. Las cosas no finalizan. Se reciclan, transmutan, se transforman en otra cosa. De modo que ¿qué era este asunto de la muerte? Si era tan placentera como lo que acababa de experimentar, entonces significaba más que un final. Mucho más. Sí, yo quería saber acerca del reino de la muerte. Y este Lucifer - en el mejor de los casos, una fuerza cósmica erróneamente percibida; en el peor... ¿había algo peor que lo peor con lo que podría lidiar? No. Y así me transformé en aprendiz de Lucifer.
Para mis colegas antareanos estaba muerta. Ya no estaba entre ellos. Pero yo sabía que podría regresar. No era fácil abandonar a Lucifer, aunque eventualmente lo hice. Pero antes de dejar a Lucifer, aprendí mucho, mucho debí compartir. Y ésa es la esencia del asunto.
No diré que Lucifer es bueno o malo; Lucifer es simplemente Lucifer. Cuando fui con él, viajamos al gran Cuadrante Norte, un supremo lugar dentro de la quinta dimensión. Ese Cuadrante es el reino de la muerte o, más correctamente, el gran almacén de la muerte. Allí fue donde Lucifer, cuya luz va más allá de la quinta dimensión, me consagró Reina de la Muerte. Y el reino sobre el que debía regir era ese enorme almacén de la muerte.
Como Reina de la Muerte, realicé una inspección de mis dominios, y esto es lo que descubrí. Cada unidad individual del ser galáctico posee un almacén de la muerte igual. La muerte no es otra cosa que la verdad asequible de que dispone cualquier unidad individual del ser para vérselas con su vida. Si una unidad individual ignora la verdad o niega la muerte, entonces este almacén de la muerte quedará oculto, y el individuo vivirá en una corriente de ilusiones autoge-nerativas. Pero si la unidad individual vive en la verdad, entonces la muerte se revela como el inagotable almacén de la muerte.
Debido a esto, el reino de la muerte, el gran Cuadrante Norte de la Liga de Cinco, es un lugar majestuoso y perpetuamente comprometido como no hay otro. Las unidades individuales del ser son infinitas, y cada uno de sus almacenes es infinito, y cada una de sus verdades, el calidos-copio infinitamente facetado de infinitas posibilidades. Por esa razón, cuando Lucifer me permitió experimentar mi muerte fue algo más placentero que ninguna otra cosa, pues cada nodo sensorial es también una infinidad.
Durante mucho tiempo permanecí perdida, intoxicada en este reino, intoxicada por el poder de Lucifer en conocerlo y aún así mantenerlo secreto. Pero era evidente que Lucifer estaba inquieto. Este reino resultaba insuficiente para él, y también para mí, Arc-Tara, la Reina de la Muerte. Aunque Lucifer no deseaba dejarme ir, en la potencia de mi ser, mi almacén de la verdad me dio poderes para conjurar la voluntad de Lucifer. Otorgándome poder para abandonar este reino, Lucifer me pidió que no compartiese lo que había aprendido. Pero tampoco pude prome-térselo.
“Que así sea,” declaró Lucifer. “Que seas a partir de ahora conocida como el enlazador de mundos, pues has logrado el arte de enlazar los mundos de la vida y la muerte. Pero no te dejaré. Cuídate, pues mis dominios se extienden con cada giro de la fuerza-g que independientemente del tiempo surge en espiral desde el Hunab Ku. En tanto haya luz, Lucifer habrá de prevalecer.”
Reflexionando mucho aún sobre estas palabras, yo, Arc-Tara, regresé. Allí, entre los apéndices de las esporas antareanas, los diseñadores planetarios, reingresé en la tercera y la cuarta dimensión. Cuando y donde la encontré, mi familia original de esporas se hallaba lejos de Orión. Se encontraban practicando sus artes en la zona experimental, llamada Velatropa.
Parece que mi repentina desaparición había causado confusión entre nuestras filas. Y fue esto lo que se proyectó a una distante estrella, Velatropa 24, hogar del amo estelar Kinich Ahau. Por este motivo también, fui yo - Arc-Tara, intérprete cristalina de las canciones fuera del tiempo - quien, desde dentro del apéndice de la espora, Ana-Tara, di gozosamente la bienvenida a los Arcturianos cuando arribaron a nuestro lugar de descanso en el satélite del CSR, ahora llamado Estación Intermedia AA, tan próxima y asimismo tan alejada del sol central Alcione, en el Ancla Resplandeciente.
Así, con la llegada de los domesticadores de planetas arcturianos heteróclitos, tal vez podriamos aclarar el error resultante de mi inquieto deseo juvenil de conocer mi propia muerte
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